lunes, 23 de febrero de 2015

ÉTIENNE DE LA BOÉTIE: SERVIDUMBRE Y DESOBEDIENCIA (II)




El Discurso de la servidumbre voluntaria de Étienne de la Boétie no fue la primera obra en plantear el problema del dominio y la obediencia. La cuestión de la desobediencia es tan antigua como la reflexión política y ya Sófocles (495-405 aC), en su tragedia Antígona, la justificó a través de la oposición entre las leyes tiránicas y las divinas. En la antigüedad griega y romana el poder era visto como una consecuencia natural del uso de la fuerza. La tiranía era considerada como la degradación natural de la monarquía, que debía ser combatida porque era perjudicial para el conjunto de ciudadanos libres. Esto les llevó a experimentar con formas mixtas de gobierno.

En la época medieval, el poder terrenal se consideraba derivado de poder divino, por tanto, nunca podía ser absoluto sino que debía ser limitado en la práctica. Toda persona estaba sometida a alguna autoridad superior, y todo poder terrenal estaba regulado mediante alguna ordenación jurídica. La sociedad medieval se caracterizó por ser de tipo contractual o pactista, estando derechos y obligaciones de señores y vasallos claramente codificados, y existiendo siempre una autoridad superior capaz de arbitrar en caso de desacuerdo. Así, cuando se traspasaban ciertos límites morales o cuando los señores no cumplían su parte del pacto, los vasallos tenían derecho a resistirse. Surgió toda una tradición medieval que justificaba la violencia pública ante el poder ilegítimo e incluso llegaba a promover el asesinato de monarcas infames. Se desarrolló una doctrina del tiranicidio que se remonta a Isidoro de Sevilla (560-636) y que atraviesa la Escolástica medieval con personajes como John de Salisbury (1115-1176).

La vieja sociedad contractual comenzó a dejar paso al Estado moderno. Con la decadencia del papado y del Imperio, los monarcas del siglo XVI se veían libres de deberes éticos y límites legales, ya no había ninguna instancia superior a la que apelar más allá del gobernante. Fue también la época en que la política comenzó a ser estudiada por derecho propio, y no como una rama de la teología o de la moral. Durante el Renacimiento los principios divinos y hereditarios del poder habían empezado a ser cuestionados, y los poderosos se vieron forzados a aceptar los consejos de expertos en la materia.

El más destacado de estos expertos fue Maquiavelo (1469-1527), que es el precedente más directo del Discurso de La Boétie, tanto en cuanto a estilo, una retórica llena de referencias a la antigüedad clásica; como en cuanto a la tesis, apuntada de forma implícita en El Príncipe (1513), de que el poder sólo puede existir si se nutre del consentimiento de los súbditos. Pero mientras el florentino se dirigía al gobernante advirtiéndole de los peligros de excederse en la injusticia y aconsejándole para forzar el consentimiento; La Boétie, se dirige a las masas y las exhorta a retirar el apoyo a los tiranos injustos y hacer una revuelta pacífica contra el gobierno ilegítimo. Para el pensador francés, lo único que hace falta para acabar con la tiranía es que el pueblo se decida a ser libre, ésta es la gran novedad aportada por su discurso:

"Os debilitáis para que sea más fuerte y os tenga más rudamente sujetos a rienda corta. Y de tantas indignidades que los animales mismos no soportarían, podríais liberaros si intentarais, no liberaros, sino solamente desearlo. Decidid no servirle más, y ya seréis libres. No os pido que lo empujéis, que lo sacudáis, sino solamente que no lo sostengáis, y entonces podréis ver que, al modo de un gran coloso del que se ha resquebrajado el pedestal, se derrumba bajo su propio peso y se rompe."[1]

La Boétie, que no contaba con más de dieciocho años cuando escribió su discurso, nunca lo publicó. Al acabar los estudios gozó del favor del monarca y se dedicó a la política, posicionándose en un conservadurismo moderado; sin embargo, después de su prematura muerte, su discurso siguió un camino propio y fue empleado por los que habían sido sus adversarios políticos. Fueron los hugonotes más radicales los primeros en publicar de forma anónima en varios panfletos como Reveille-Matin des François (1574), que atacaban las posiciones católicas que había defendido La Boétie.

Pero aquellos calvinistas no podían limitarse a reivindicar la desobediencia de las leyes injustas. Con la agudización de los enfrentamientos entre católicos y protestantes y, más concretamente, con la masacre del día de San Bartolomé en París, se puso de manifiesto que ante una monarquía que amenazaba no sólo la existencia de la nueva iglesia calvinista, sino también la vida física de sus miembros, los hugonotes estaban obligados a complementar su oposición teológica con una oposición política, y a fundamentar doctrinalmente el derecho de resistencia y de rebelión. El 1573 aparece la obra Francogalia de François Hotman, considerada el primer programa político de los hugonotes y una de las primeras muestras teóricas de rechazo al absolutismo, y en la que se hablaba del vínculo contractual entre gobernantes y súbditos, y del derecho de estos a alzarse en rebeldía si el pacto era violado. Théodore de Béze en De Iure Magistratum (1574) también enmarcaba los supuestos legales que autorizaban a la resistencia, y defendía la existencia de unos derechos humanos inviolables y de un poder judicial independiente. La influencia del Discurso fue decisiva en la obra de aquellos monarcómanos hugonotes que, en plena construcción del Estado moderno, reavivaron la doctrina del tiranicidio pero también asentaron muchas de las bases de las futuras democracias representativas.

La reflexión de estos y otros monarcómanos como Althussius o Plessis-Mornay, fue resultado de una situación política extrema, un abuso de poder despiadado en el contexto de las guerras de religión. Sus textos eran estrechamente legalistas, ajustándose a demandas concretas de derechos y libertades en la Francia gobernada por la casa de Guisa. El discurso de La Boétie, en cambio, no era un ataque a una tiranía concreta, sino que al desvelar los mecanismos ocultos de la dominación, era un ataque a todas las formas de opresión. El pensamiento de La Boétie, fue más abstracto, más universal y, como explica Rothbard, aún más radical al apostar por la desobediencia civil masiva y no violenta como método de derrocamiento del tirano.[2] Por eso su influencia se dejaría ver en la defensa del derecho a la rebelión de John Locke, en la desobediencia civil de Thoreau, y en todo el pensamiento libertario.

Hoy el Discurso nos sigue interpelando porque las formas de dominación que se han sucedido desde el siglo XVI hasta la actualidad, siguen comportándose según el mismo esquema descrito por aquel joven estudiante de dieciocho años. Continuamos encontrando ejemplos de las versiones totalitarias de la tiranía que se desarrollaron en el siglo XX, en las que el control de la información y el culto al líder de los que hablaba La Boétie, pueden alcanzar cotas tan elevadas como las de la actual Corea del Norte. En otras latitudes, la tiranía no es tan personalista y hermética como la de Kim Jong-Un, los centros de poder se han vuelto más difusos y las formas de dominación más sutiles. Mediante la educación a medida de las demandas del mercado, los entretenimientos narcóticos en televisiones y estadios, y el fomento de un hedonismo consumista; se busca la aceptación acrítica de la sociedad, que es la versión actual de la servidumbre voluntaria, arraigar la creencia de que no podemos hacer nada para cambiar la realidad y sólo podemos adaptarnos a ella. El principal objetivo de los nuevos señores es conseguir que las relaciones de dominio y sumisión sean percibidas como el orden natural del mundo.

Hoy La Boétie nos sigue advirtiendo de la facilidad con la que nuestros impulsos de libertad pueden ser fácilmente domesticados. Nos sigue advirtiendo que siempre habrá quien intente convencernos de aceptar una realidad que le es favorable, y de nuestra tendencia a aceptar esta realidad por injusta que sea. Bueno, por injusta que sea no, la historia nos muestra que hay unos límites de injusticia que pueden desencadenar la desobediencia masiva, ya sea en su forma pacífica o en la de revueltas violentas. La desobediencia se muestra como uno de los principales motores de la historia, una historia en la que siempre acaba resurgiendo la tan humana tendencia a la servidumbre.


[1] ÉTIENNE DE LA BOÉTIE, Discurso de la servidumbre voluntaria, Madrid: Tecnos, 2010. Pág. 23.
[2] ROTHBARD, MURRAY N.  “Ending Tyranny Without Violence”, http://www.lewrockwell.com/1970/01/murray-n-rothbard/overthrowing-the-state/

martes, 10 de febrero de 2015

ÉTIENNE DE LA BOÉTIE: SERVIDUMBRE Y DESOBEDIENCIA (I)

 “Por el momento solamente quisiera entender cómo es posible que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantas naciones, soporten a veces a un solo tirano que no tiene más fuerza de la que ellos le dan, que sólo puede perjudicarlos mientras ellos lo quieran soportar y que no podría hacerles ningún mal si dejara de sufrirle todo, como lo sufren por no contradecirle.” [1]
El año 1548, en la antigua provincia francesa de Guyena, tuvo lugar la llamada Revuelta de los Pinauds, o Revuelta de la Gabela. La gabela, el impuesto que gravaba la sal, era uno de los impuestos más odiados en Francia, no solo por el hecho de que la sal era un bien indispensable, también porque su comercio era monopolio del Estado y porque los encargados de recaudarla eran a menudo corruptos. La extensión del impuesto en el suroeste francés, zona de marismas donde tradicionalmente se había comerciado de forma libre con la sal, provocó una serie de detenciones por contrabando y pequeñas revueltas que desencadenarían la gran revuelta del 1548.

Los recaudadores del impuesto fueron cazados y asesinados en varios pueblos de la región a la vez que en Burdeos, la capital, estallaron violentos disturbios donde fueron asesinados el gobernador del rey y una veintena de oficiales. El rey Enrique II, con tal de imponer un castigo ejemplar, envió un ejército comandado por Anne de Montmorency para aplastar las insurrecciones y reprimió fuertemente la ciudad de Burdeos. Se suspendió el parlamento, se requisaron las armas, y se impusieron unas multas exorbitantes. Ciento cuarenta personas fueron condenadas a muerte, muchas otras fueron azotadas mientras en los campos, los líderes rebeldes eran colgados.

Fue probablemente, todo aquel contexto de desmedida represión lo que inspiró a un muy joven estudiante de abogacía de la Universidad de Orleans a preguntarse cómo la voluntad de todo un país podía ser doblegada por la de un solo hombre. De aquellas reflexiones surgió el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, un panfleto escrito por Étienne de La Boétie (1530-1563) que marcó el inicio de la teoría política francesa.



La Boétie quiso desentrañar los mecanismos psicológicos que llevan a los pueblos a someterse a la voluntad de un solo hombre, por más cruel y arbitraria que ésta fuera. Una servidumbre de la que se podrían librarse fácilmente dada la correlación de fuerzas. En otras palabras, quiere descubrir el misterio de la obediencia civil, que lleva a la masa a permanecer esclavizada, a dar su consentimiento a la propia opresión y suministrar al tirano los instrumentos para llevarla a cabo. La servidumbre voluntaria es un "vicio monstruoso" contrario a la razón y al impulso natural hacia la libertad.

Para La Boétie el principal motivo que lleva a la servidumbre voluntaria es la costumbre. Los que nacen en la esclavitud y no han conocido otra situación, la toman por el orden natural o la  voluntad divina, y no sospechan la propia capacidad para cambiar una realidad injustamente desfavorable. Acostumbrados a la esclavitud, los hombres pierden el valor de luchar por la libertad, aún más, pierden el valor de desearla.

Los tiranos, por su parte, utilizan varios sistemas para perpetuar la obediencia. Desde una mistificación del gobernante que atribuye un origen divino o mítico en su poder, hasta la provisión asistencial de alimentos y de entretenimiento de baja calidad, el panem et circenses de la Antigua Roma; pasando por la restricción del acceso a la educación, la represión de la disidencia y el mantenimiento de una casta jerárquica de empleados estatales que venden su fidelidad a cambio de privilegios. Así, el deseo natural de libertad del ser humano es doblegado por la fuerza de la costumbre sumada a la propaganda ideológica, los espectáculos narcóticos y la obstaculización del librepensamiento.

Se trata de una obra paradójica en diferentes sentidos. Empezando por un título que confronta dos términos en principio antagónicos como "servidumbre" y "voluntaria". Es en este punto donde radica la originalidad de la obra de La Boétie, al entender que la tiranía es una consecuencia de la voluntad de los súbditos y no de la del tirano. De esta tesis se desprende una visión pesimista del ser humano, por el hecho de caer inevitablemente en el vicio de la servidumbre llegando a someterse a condiciones totalmente indignas. Esta visión pesimista contrasta con el optimismo antropocentrista que imperaba entre los humanistas del Renacimiento y situaría a La Boétie en la línea de pensadores posteriores como Thomas Hobbes. Pero del Discurso también se desprende una exhortación a librarse de la tiranía y cierta esperanza en el papel de la educación y del librepensamiento, y eso lo situaría en la línea del humanismo de los ilustrados del siglo XVIII.

Aún podríamos señalar una paradoja más: aunque después de terminar sus estudios La Boétie se convirtió en un fiel servidor del orden y de la ley, su escrito se convirtió en un llamamiento a la desobediencia fundamentado en un derecho natural a la libertad; un llamamiento que, aún hoy, mantiene un gran poder subversivo.





[1] ÉTIENNE DE LA BOÉTIE, Discurso de la servidumbre voluntaria, Madrid: Tecnos, 2010. Pág. 5.