jueves, 18 de octubre de 2012

ORGULLO Y NACIONALISMO

En unas declaraciones recientes, Esperanza Aguirre afirma que la educación no debe servir para manipular sino para instruir, los niños deben aprender "a sumar, a leer y la historia verdadera, no la que inventan los nacionalistas". Hasta aquí ninguna objeción, pero luego añade: "España es una gran nación, con 3.000 años de historia. Eso lo tienen que saber los niños ", y se quedó tan ancha.

En el debate soberanista, se produce un hecho curioso. Mientras el nacionalismo catalán o el vasco no tienen ningún problema en aceptar que defienden una ideología nacionalista, al otro lado se encuentran un nacionalismo que niega ser nacionalista. Esta jugada le sirve para poder utilizar la abundante literatura que critica la ideología nacionalista en general (por idealista, sentimentalista, irracional, etc.) contra el caso concreto del nacionalismo catalán, sin tener que aceptar esas críticas en contrapartida.


Defender que en España sólo hay y debe haber una única nación, es una forma de nacionalismo, por más que se empeñen en negar esta evidencia. Ser no-nacionalista podría ser defender un Estado plurinacional, o defender el cosmopolitismo y el dejando de lado debates identitarios, pero no se puede afirmar que uno es no-nacionalista cuando se afirman cosas como las que dice el ex-ministra de Cultura.


Pero que nieguen que sean nacionalistas contra toda evidencia, no es en mi opinión lo más grave, sino el hecho de que nieguen incluso, también contra toda evidencia, que el nacionalismo español exista. Si una ideología no existe, no puede distorsionar la percepción de la realidad, y no puede entrar en contradicción con otras ideologías de la derecha española como el neoliberalismo, por ejemplo. Es por eso que no ven ningún problema en españolizar a los niños catalanes. Si no hay una ideología nacionalista española no hay ningún inconveniente en enseñar que sólo existe una nación en España, que eso de la autodeterminación sólo es un derecho del pueblo español, etc. Todo esto no es adoctrinar, es contar la verdad, porque ellos captan la realidad sin ningún tipo de sesgo ideológico i cualquier otra cosa es manipulación y sectarismo. Quizá sea de esta capacidad para conocer la verdad de donde proviene el aire de superioridad que se desprende de las declaraciones de dirigentes del PP como Aguirre, Montoro o Wert.


El actual ministro de Cultura, matizó su voluntad de españolizar diciendo que lo que quiere su gobierno es que los niños se sientan tan orgullosos de ser españoles como de ser catalanes. Y eso lo quieren conseguir enseñando la historia tal como es? Como si en toda historia no hubiera tantos o más motivos de vergüenza que de orgullo. Como dijo Bernard B. de Fontenelle, el orgullo es el complemento de la ignorancia. Seguramente, sobretodo en el caso de un político, no hay peor ignorancia que la de no conocerse a uno mismo, no aceptar las propias debilidades o que los propios sentimientos y prejuicios puedan afectar la visión de la realidad.



Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757)


Hay quien defiende el orgullo como una virtud, como la filósofa Ayn Raid, pero se trata de un orgullo que proviene de llevar una vida consecuente con unos valores morales. Es también el orgullo que defiende el personaje de Darcy en Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, pero no es el orgullo que nos ocupa, este es el orgullo de quien se sobrevalora por encima de los demás porque se cree en posesión de la verdad. La falta de virtudes como la humildad o la prudencia, puede ser agudizada cuando se ostenta el poder, entonces se convierte hybris, lo más parecido a cometer un pecado en la Antigua Grecia, cuando la soberbia provoca un desprecio temerario hacia los demás. En personajes como en Wert o en Montoro, esta soberbia se manifiesta en todo su esplendor.

Es por ello que el diálogo entre los dos nacionalismos se hace imposible, porque al menos una de las dos partes no contempla la posibilidad de equivocarse, como explicaba Bertrand Russell sobre Oliver Cromwell[1].  También es uno de los motivos por los que la causa del nacionalismo catalán va sumando adeptos, y es que este nacionalismo español que ahora tiene el poder en España resulta especialmente antipático en Cataluña, tanto para los nacionalistas como para los que no lo son.



[1] «Creo que quizás una de las cosas más sabias que jamás se hayan dicho fue pronunciada cuando Cromwell dijo a los escoceses, antes de la batalla de Dunbar: "Os lo ruego por las entrañas de Cristo: creed posible que estéis equivocados". Pero los escoceses no creyeron tal cosa, y entonces tuvo que derrotarlos en la batalla. Es una lástima que Cromwell nunca se haya hecho la misma observación a sí mismo. » (BERTRAND RUSSELL, Ensayos impopulares, Capítulo 10).

jueves, 13 de septiembre de 2012

DEL MECANICISMO A LA RELIGIÓN ECONÓMICA (II)



Aunque se suele suponer que el pensamiento moderno nació en oposición al aristotelismo ortodoxo, lo cierto es que lo hizo en oposición principalmente al paradigma naturalista-animista que dominaba en el Renacimiento tardío con pensadores como Giordano Bruno, o Tomasso Campanella. Fuera de los ambientes académicos donde sí dominaba el aristotelismo y la autoridad del texto bíblico, la "filosofía natural" de los humanistas estaba influida por el neoplatonismo y el hermetismo[1], y no distinguía entre ciencia, metafísica y magia. De hecho la magia, la cábala, la alquimia y la astrología fueron decisivas durante los primeros pasos del mecanicismo y la Nueva Ciencia, y no se podría entender la Revolución Científica sin ellas.

La conmoción que significó la cosmología copernicana y los nuevos descubrimientos navales, hicieron tambalear la tierra bajo los pies de los europeos. Por un lado se cuestionaban todas las interpretaciones tradicionales, pero por el otro, las nuevas experiencias eran recibidas sin ningún sentido crítico. Se estaba dispuesto a dar crédito a todo lo que se veía o se leía, no había ninguna ley o norma que separara el posible de lo imposible. Dominaba una experiencia del mundo crédula, que se explicaba desde el animismo y la magia: el mundo era un gran animal con conciencia del cual se podía esperar cualquier cosa, y sólo el conocimiento de las fuerzas ocultas podía comportar un cierto dominio de la naturaleza. La totalidad del cosmos estaba regida por extrañas fuerzas de tipo animal que se movían por la simpatía o la antipatía de sus partes, en un dinamismo imposible de prever y que sólo permitía la descripción de sus manifestaciones y su recopilación testimonial.



Joseph Wright of Derby (1734-1797): The Alchymist in Search of the Philosophers' Stone Discovers Phosphorus http://www.artexpertswebsite.com/pages/artists/wright.php 

En los inicios del siglo XVII la hipótesis del "gran animal" se empezó a sustituir por la hipótesis del "gran mecanismo" en adoptarse como modelo explicativo la tecnología más desarrollada del momento: la mecánica, con sus relojes y autómatas. El mecanicismo concebía un universo formado por partes articuladas en movimiento en una relación de causa-efecto entre ellas. El cambio de metáfora permitía reducir la realidad a leyes matemáticas y aprovechar así todo el conocimiento matemático acumulado por el ocultismo pitagórico y las especulaciones cabalísticas. Gracias al trabajo de Galileo y Kepler la Ciencia, que hasta entonces se había limitado a una minuciosa acumulación de datos, fue capaz de empezar a formular las leyes físicas del "Gran Libro de la Naturaleza".

Los buenos resultados de la hipótesis mecanicista, tanto a la hora de predecir fenómenos como en su aplicación técnica, permitieron cumplir en cierto modo el ideal mágico-alquímico de dominio de la naturaleza, la antigua búsqueda del conocimiento para predecir y controlar las fuerzas del "gran animal". El mismo Descartes, que fue quien hizo la formulación más nítida del mecanicismo, también personificó esa voluntad de dominio. Él quería extender la fiabilidad de las matemáticas a todo el conocimiento. Su método debía permitir al individuo moderno hacerse el dueño de la naturaleza superando todas las limitaciones que ésta le imponía. Una de sus principales motivaciones era similar a la de los alquimistas, encontrar la manera de alargar la vida de forma indefinida. Así, el modelo mecanicista pronto se aplicó también al estudio del cuerpo humano (como de hecho ya había hecho Leonardo) revolucionando el campo de la medicina, donde se produjo una revolución casi tan importante como la que se llevó a cabo en astronomía.

La razón y el método científico se convirtieron en los grandes instrumentos para perpetuar la voluntad de poder de los magos renacentistas que, con la Ilustración, adquirió un carácter más abierto. La ciencia fue concebida como un discurso liberador: el dominio de la naturaleza estaba al servicio de la humanidad y era también una forma de combatir las formas de dominio ideológico basadas en la ignorancia y la superstición. Hacia 1690 la revolución científica ya se había culminado en cuanto a la teoría[2], ahora lo que necesitaba era divulgar aquellos conocimientos y sacar provecho para el progreso hacia la felicidad humana. El desarrollo de la ciencia debía permitir el dominio completo de la naturaleza mediante su aplicación técnica, mientras que el conocimiento aplicado al hombre y a la sociedad debía permitir la evolución política y social, que se retroalimentaría a través del educación de las nuevas generaciones en un progreso de alcance inimaginable.

La fe mecanicista en la capacidad de la razón y la tecnología para permitir a la humanidad triunfar por encima de todas las limitaciones naturales, ha pervivido hasta nuestros días a través de mitos como los de Frankenstein hasta llegar a los cyborgs y viajes interestelares de la ciencia ficción. Como los antiguos alquimistas que dedicaban sus vidas a la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, ahora se cree que gracias al conocimiento científico y a la tecnología seremos capaces de superar las imposiciones de las leyes de la entropía, y superar la escasez de recursos y la crisis energética a las que conduce el dogma del crecimiento económico. Como explica Roegen, la tesis favorita de los economistas, ya sean liberales o marxistas, es que el poder de la tecnología no tiene límites: siempre seremos capaces de encontrar sustitutos a un recurso escaso y de aumentar la productividad de cualquier tipo de energía y material. Puesto que gracias al desarrollo de los medios de explotación agrícola, se evitó que se cumplieran las catástrofes anunciadas por Malthus, se confía en que se podrán seguir superando las limitaciones que salgan al paso. Para los fanáticos del crecimiento insistir en la existencia de un límite a la capacidad tecnológica significa negar el poder del hombre para influir en el progreso. [3]

El antiguo modelo mágico de interpretación de la naturaleza sobrevivió al mecanicismo en forma de sectas esotéricas minoritarias y, en muchos aspectos, también en la religión económica. Las élites del mundo financiero que ven la economía como un organismo vivo que crece y crece de forma indefinida, se comportan como las antiguas sectas dedicadas a la magia oscura. Los nuevos magos de las finanzas creen estar en posesión del conocimiento oculto que permite prever y dominar los movimientos del "gran animal". Sólo los elegidos pueden ser iniciados en el lenguaje hermético y la matemática cabalística que permiten predecir las manifestaciones de las fuerzas ocultas: los flujos de capital que crean las grandes riquezas. Con las matemáticas y la tecnología más avanzadas a su servicio, los magos de la economía financiera han creado una realidad: la de los flujos de capital a escala global, una realidad en la que todo aquello que no forma parte de las transacciones de capital no existe. Han creado una realidad a medida y han conseguido hacer creer al resto de los ciudadanos que el conocimiento de sus mecanismos escapa a sus capacidades.

Los magos de las finanzas son la casta sacerdotal de la religión económica, son también los asesores a los que el poder político acude para tomar las decisiones relacionadas con la economía. Siglos después de ponerse en marcha el proyecto ilustrado que debía separar definitivamente la razón de la fe, resulta que los más devotos de la religión del capital son, precisamente, aquellos que toman las decisiones políticas. Y lo hacen sin atender a criterios que no sean los de eficiencia y productividad, y sin tener en cuenta ninguna consideración ética ni alguna referencia a objetivos sociales.

De forma recurrente los aprendices de brujo pierden el dominio de su magia y las burbujas que han hecho crecer con ella estallan de forma violenta y cruel. Los efectos de las explosiones los reciben los que viven en la economía real, pero son perfectamente asumibles por los magos, que se aseguran que sus posiciones de dominio no se vean afectadas por las crisis que provocan. Han conseguido que las otras realidades queden por debajo de la suya y han creado las reglas del juego para ganar siempre.

BIBLIOGRAFíA

FEBVRE, L., “Los orígenes del espíritu moderno: libertinaje, naturalismo y mecanicismo”, a Erasmo, la contrarreforma y el espíritu moderno, Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 1970.
REALE, G. i ANTISERI, D., “Del Humanismo a Descartes”, a Historia de la Filosofía II, Tomo 1, Barcelona: Herder, 2010.
SHORTO, R., Els ossos de Descartes, Barcelona: La campana, 2009.
TURRÓ, S.,  Descartes. Del hermetismo a la nueva ciencia, Barcelona: Anthropos, 1985.
TODOROV, T., El espíritu de la Ilustración, Barcelona: Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores, 2008.              




[1]Para el platonismo renacentista, con Ficino al frente, una de las autoridades era el Corpus Hermeticum, considerado antiquísimo y atribuido a Hermes Trimegisto, a pesar de tratarse de una falsificación del siglo II d.C.  impregnada de platonismo y cristianismo primitivo. El hecho de atribuirle veracidad llevó a creer que Jesucristo y Platón eran portadores de una sabiduría mucho más antigua. Sucedió lo mismo con los Oráculos Caldeos, atribuidos a Zoroastro, y con los Himnos órficos, atribuidos a Orfeo. Los tres textos fueron considerados auténticos y contribuyeron a la aceptación de la magia, la alquimia y la teúrgia, y a que muchos pensadores como Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, o Agrippa, quisieran hacerlas compatibles con el cristianismo.
[2] En el año 1687, Newton publicó sus Principios de filosofía natural, que significó la culminación de les pretensiones enraizadas en el Renacimiento de comprender las leyes naturales a través de las matemáticas.

[3] NICHOLAS GEORGESCU-ROEGEN: "Energy and Economic Myths" , Southern Economic Journal 41, no. 3, January 1975)

viernes, 6 de julio de 2012

Del mecanicismo a la religión económica (I)



En los años 70 del pasado siglo, el matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen, quiso cambiar el papel que en la teoría económica jugaba la naturaleza, relegada a ser una fuente infinita de recursos puesta al servicio del ser humano. El matemático y economista rumano criticó el hecho de que los economistas neoclásicos hubiesen adoptado un modelo mecanicista para explicar los procesos económicos.

El mecanicismo fue la concepción de la naturaleza que se impuso durante el siglo XVII según la cual, el Universo debe entenderse como un sistema mecánico, compuesto por materia y movimiento. Los seres naturales y los fenómenos físicos son como artefactos compuestos por partes más simples que se relacionan por causa y efecto, siguiendo un sistema de leyes que pueden ser descubiertas gracias al uso de la razón y las matemáticas.

Para Roegen, la mentalidad mecanicista es claramente identificable en el núcleo de la economía capitalista moderna. El pensamiento económico tradicional, tanto en su forma liberal como en la marxista, estudian los fenómenos de la realidad económica individualmente, como si fueran reversibles y tendieran a alcanzar puntos de equilibrio en los que se maximicen beneficios, utilidades o intereses individuales. La confusión de "desarrollo" y "crecimiento" es una de las principales consecuencias de esta mentalidad mecanicista que sólo tiene en cuenta lo que sea cuantificable.



Para el matemático y economista rumano, ya había llegado la hora de que en el ámbito de la economía se cambiara de paradigma como se había cambiado en el ámbito de las ciencias naturales con la aparición de la termodinámica y de las teorías de Einstein. Roegen encontró en la ley de la entropía una ley económica esencial, que le llevó a desarrollar los conceptos de "decrecimiento" y de “bioeconomía”,  y que fue de una gran influencia en el movimiento ecologista.

Resumiendo, lo que nos dice la ley de la entropía es que en todas las transformaciones energéticas se disipa energía (la energía disponible pasa a ser energía no disponible), y que toda transformación en el medio natural conlleva una degradación irreversible de los recursos. La Tierra no es un sistema cerrado, sino que intercambia energía con el resto del Universo, del mismo modo que la sociedad humana no está separada de la realidad física. Por estos motivos el ámbito económico no puede escapar de la irreversibilidad de los procesos químicos y hay que aceptar la existencia de unos límites para el crecimiento económico. Las sociedades se desarrollan, pero no crecen si no es en número de individuos; el crecimiento es algo propio de los seres vivos que nacen, crecen, se reproducen y mueren. A pesar de ello, la economía mecanicista se fundamenta en una ingenua creencia en el crecimiento perpetuo, que se olvida de la inevitable degradación de la materia i pèrdida de energía .

La obviedad de que no puede haber un crecimiento infinito en un sistema finito, que ya había aplicado en economía John Stuart Mill en el siglo XIX y que Roegen volvió a poner sobre la mesa hace más de cuarenta años, sigue sin ser aceptada hoy en día. ¿Por qué? En mi opinión la respuesta se encuentra en el hecho de que el pensamiento económico ya hace tiempo que se convirtió en una especie de pensamiento religioso, por lo que sus contradicciones e incongruencias no pueden ser aceptadas fácilmente ni por sus sacerdotes ni por sus fieles. La aparición de esta religión y la manera en que se extendió hasta dominar el mundo occidental también está íntimamente relacionada con el devenir del mecanicismo.

Los mecanicistas del siglo XVII descubrieron que la maravillosa máquina desmontable que era la naturaleza revelaba sus secretos siempre y cuando se supiera como observarla y descubrir las combinaciones aritméticas y geométricas entre sus partes. Desarrollaron una metodología para conseguirlo, y originaron así la Revolución Científica. La aplicación de la hipótesis mecanicista supuso grandes descubrimientos que cambiaron la imagen del mundo y del ser humano, chocando con las imágenes establecidas por los dictados de las Sagradas Escrituras siglos atrás. La Nueva Ciencia no se conformaba con poner en duda algunos de los postulados de la Iglesia, sino que también invitaba a adoptar una actitud crítica poco compatible con el dogma. Los librepensadores empezaron a abrazar formas de deísmo, panteísmo y ateísmo mientras soñaban las bondades de una sociedad libre de misticismo.

René Descartes (1596-1650) hizo grandes aportaciones a la ciencia mecanicista, pero también fue el principal responsable de su imposición en el plano ideológico. Se dio cuenta pronto de que la nueva ciencia mecanicista no casaba con la vieja metafísica aristotélica, y encontró la manera de darle un fundamento metafísico nuevo, creando la metafísica del sujeto e inaugurando así la filosofía moderna.



Descartes separó la parte a la que se podía aplicar la hipótesis mecanicista de la que no, el mundo material del espiritual. Ambas partes compartían una cosa, la racionalidad, esto es lo que permitía que a través de la razón geométrica se pudieran descubrir las leyes que regían la naturaleza. La existencia de un Dios benévolo garantizaba la racionalidad de la realidad y justificaba la fiabilidad del conocimiento científico. Esta capacidad específica del hombre, la racionalidad, sería la base de la creencia en la dignidad del hombre por encima de los otros seres. Una creencia heredada del humanismo renacentista que había situado al hombre en lo alto de la Creación.

El orden racional establecido en la Creación fue la base metafísica que permitió creer en la capacidad humana para dar un curso racional a la historia, y en la mejora continua de la sociedad en el aspecto económico, cultural y, sobre todo, moral. La idea cartesiana de una aplicación de la racionalidad técnica para la salud y el bienestar se complementó con el desarrollo de una conciencia histórica, dando lugar a la idea de progreso ilustrado. Los ilustrados eran conscientes de que estaban contribuyendo a un gran cambio histórico, un gran paso adelante en el progreso de la humanidad. La Enciclopedia fue su gran monumento al conocimiento. Pretendía ser su legado a las generaciones futuras, un punto de partida para la construcción de un futuro más racional más justo y feliz,  construcción que requeriría grandes cambios sociales y educativos. Para Kant, la moralización de los individuos a través de la educación llevaría a la perfección de la sociedad ya la paz perpetua. La fe ilimitada en la racionalidad, debilitó el poder ideológico de la autoridad religiosa y hizo que el Progreso fuera ocupando progresivamente el lugar del Absoluto.

Pero el desarrollo del capitalismo, entonces en su fase mercantilista, fue vaciando de contenido moral aquella fe en el Progreso. A pesar de los esfuerzos de algunos de sus primeros teóricos, como Adam Smith (1723-1790), la acumulación de riqueza se convirtió en la principal virtud, la que legitimaba las nuevas jerarquías sociales. Por este motivo la economía, que si bien en su nacimiento era una herramienta más para entender la sociedad, estuvo íntimamente relacionada con el poder político desde el primer momento y el padre de la fisiocracia F. Quesnay (1694-1774), era llamado por Luis XV "mi pensador" en la corte de Versailles.

Como explica Michel Onfray, la fisiocracia y su principal opositor, Adam Smith, compartían la idea principal de una armonía preestablecida, típica de los deístas ilustrados; la idea de que hay una voluntad divina que garantiza la perfección del mundo. [1] De ahí que el "Laissez-faire" de los fisiócratas concuerde tan bien con la idea de la "Mano invisible" de Smith. Estos primeros economistas dejaron formulada lo que sería la metafísica del capitalismo que poco a poco iría ganando posiciones entre las otras creencias dominantes en la sociedad occidental. La creencia en las bondades del libre mercado tan aceptada en la actualidad, no deja de estar fundamentada en aquella metafísica tan extendida entre los intelectuales del siglo XVIII y XIX, ya fueran católicos, protestantes o librepensadores. Dios garantiza que el egoísmo dejado en libertad conduce al bien común.

La fe en el dios benévolo se fue debilitando con el avance de una ciencia que aportaba luz a los misterios que habían obligado a abrazar la religión en el pasado; pero en la misma medida, también iba aumentando la importancia del capital y el poder de los nuevos sacerdotes, los economistas. Ese "Progreso" que habían deificado los ilustrados se fue sustituyendo paulatinamente por el "crecimiento económico". A partir de entonces dominó la creencia de que el crecimiento, y sólo el crecimiento, es lo que permite el progreso de una sociedad. Pero a diferencia de  aquel Progreso ilustrado que tenía unos horizontes definidos en las sociedades perfectas imaginadas por los utopistas, el crecimiento económico no tiene ninguno.

No es necesario volver a recordar la barbarie del nazismo o de las Guerras mundiales para constatar la falsedad de aquella antigua fe en el progreso moral de la humanidad, nos basta con hacer un poco de zapping para hacerlo. Sin embargo, se sigue creyendo ciegamente en el crecimiento económico como herramienta de mejora, pero ¿cómo será el estado futuro mejorado por el crecimiento? Sin duda uno que requiera más y más crecimiento.

La fe ciega en el progreso de la humanidad de los siglos XVII y XVIII estaba fundamentada en la creencia más profunda de un orden garantizado por Dios, que garantizaba a la vez el orden del mundo físico y del mundo moral. Son los fundamentos metafísicos que se buscaron en el siglo XVII para justificar el mecanicismo. Hoy podemos preguntarnos cuántos de aquellos que defienden a ultranza las virtudes del liberalismo económico aceptarían también de buen grado aquellos presupuestos metafísicos. El capitalismo consumista de hoy en día no hace referencia alguna al orden sobrenatural para justificar sus mecanismos, pero en sus cimientos sigue estando aquella metafísica que tenía como centro un dios creador benévolo y un ser humano situado en la cima de su creación, con carta blanca para hacer con la naturaleza lo que más le convenga. Sólo atendiendo a estos cimientos sobrenaturales se puede entender que no se acepten las consecuencias tan nocivas como evidentes del capitalismo descontrolado.

El pensamiento crítico ha denunciado siempre aquellas ideologías, creencias y mitos que llevaban a la gente a defender cosas la falsedad de las cuales es palpable. La posibilidad de que haya un crecimiento infinito en un sistema finito es una de esas cosas y, además, delata que hay cierta ingenuidad suicida en nuestra naturaleza.

El crecimiento perpetuo debe ser desenmascarado como el gran mito de nuestros tiempos. Los debates sobre la salida de la crisis económica actual demuestran como las recetas del crecimiento se han aplicado y se aplican de forma acrítica. No importa que sea la obsesión por la acumulación de riqueza lo que nos ha traído hasta aquí; no importan las evidencias climatológicas, demográficas, biológicas y sociológicas que nos muestran una imagen desoladora del futuro; lo único que importa ahora mismo a los economistas es "volver a la senda del crecimiento".


BIBLIOGRAFIA:

SALVADOR GINER, El futuro del capitalismo, Barcelona: península, 2010.
MICHEL ONFRAY,  Política de rebelde, Barcelona: Anagrama, 2011 (1997).
GONÇAL MAYOS,  La Il·lustració, Barcelona: Editorial UOC, 2006.
SALVI TURRÓ, Descartes. Del hermetismo a la nueva ciencia, Barcelona: Anthropos, 1985.
RAMON ALCOBERRO: “Model especulatiu, crisi i decreixement”,  http://www.alcoberro.info/planes/decreixement04.htm
DIEGO MANSILLA: “Georgescu-Roegen: La entropía y la economía”,
NICHOLAS GEORGESCU-ROEGEN: "Energy and Economic Myths" , Southern Economic Journal 41, no. 3, January 1975), http://www.jayhanson.us/page148.htm
[1] M. ONFRAY (2011), pp. 107-109.

jueves, 24 de mayo de 2012

NED LUDD REDIVIVUS

Tal día como ayer de hace doscientos años, el flamante nuevo ministro de Hacienda del Reino Unido recibía una carta de un tal Ned Ludd, en la que era gentilmente amenazado de sufrir la misma suerte que su predecessor Spencer Perceval, que murió asesinado. (La podéis consultar aquí: http://ludditebicentenary.blogspot.co.uk/, un blog dedicado al bicenternario del movimiento ludita)

Ned Ludd era el supuesto líder de un grupo de exaltados que se dedicaron a destruir y después quemar telares a vapor y fábricas entre el 1811 y el 1813. El tal Ned Ludd, pasaba por ser el primero de aquellos trabajadores del sector textil que se hartó de las nuevas tejedoras y las destrozó, pasando a comandar una especie de hombres felices que, casualmente, también se escondían de las autoridades en los bosques de Sherwood. Tuvo un importante ejército detrás, hasta que se dieron cuenta que no era más que un invento de los agitadores para desviar la atención aprovechándose de la mitología más cercana. Los luditas vitoreaban al rey Ludd mientras todavía ardían las fábricas y firmaban con su nombre amenazas o reivindicaciones.
 

No saco el tema de los luditas simplemente por que se cumplan doscientos años de los disturbios que ocasionaron, sinó porque creo que fue un fenómeno que guarda bastantes similitudes con cosas que están pasando ahora.

Para sus enemigos, los luditas eran unos alborotadores que se oponían al progreso y a la civilización, que no entendían los beneficios de la tecnología y de la creación de riqueza. Pero lo cierto es que eran en su mayoría artesanos que reaccionaron de forma violenta por la pérdida de unos derechos que se habían ganado a lo largo de siglos de organización gremial. Todo ello no recuerda las protestas del pasado 29 de marzo?

Los uditas no fueron los primeros en destrozar fábricas. Hacía años que la gente expresaba su malestar de forma violenta por la industrialización desbocada. Las grandes fábricas aparecían como setas y acababan con el pequeños talleres produciendo más cantidad de tejido, pero de menor coste y calidad. Todo ello en un momento de grave crisis económica debido a la larga guerra con Francia, todavía lejos de mostrar síntomas de terminar. La noche del 12 de abril de 1811 todo aquel malestar se dejó ir contra unas setenta fábricas, pero hacía ya tiempo que la gente se oponía a los cambios sociales que la nueva industrialización estaba provocando y que se predecía un futuro de condiciones de trabajo y de vida indignas. Era un movimiento sin líderes que quería cambiar el rumbo que estaba tomando la Revolución Industrial. Todo ello recuerda como el movimiento 15-M, en una situación de crisis económica y política aguda como la actual, hizo suyos muchos de los postulados de los movimientos anti-globalización o altermundistas que, antes de la crisis, ya se enfrentaban a la globalización y sus consecuencias.

Los luditas, no tenían objetivos políticos concretos, se oponían al progreso por sus consecuencias, a la pobreza y a la opresión que resultaba de la industrialización. Mientras algunos debatían estas cuestiones de forma abierta y civilizada, otros mostraban su indignación con violencia contra las máquinas que simbolizaban las nuevas formas de opresión. La reacción de la autoridad, que se alineó con los dueños de las fábricas, fue brutal: se promulgaron el Malicious Damage Act y el Frame Breaking Act, reglamentos conocidos como The Bloody Code, y que decretaban la condena a muerte para todo aquel que maltratara una máquina. Creo que acusar de terrorismo a un joven por llevar capucha y quemar un contenedor se acerca un poco a aquella desmedida de los legisladores británicos.

Las nuevas leyes y las ejecuciones públicas consecuentes, surgieron efectos rápidos. Durante el 1813 fueron ahorcados 18 luditas. A partir de entonces fue muy difícil seguirles el rastro, aunque se les sitúa entre los principales instigadores de las revoluciones liberales que recorrieron Europa a lo largo del siglo XIX, se cree que evolucionaron hacia las primeras organizaciones sindicales y siguen vivos en el imaginario libertario, como símbolos de la lucha contra la opresión. Nuestros legisladores actuales deberían tomar nota: la criminalización de las protestas puede llevar a que los encarcelados se conviertan en símbolos y en inspiración, como los luditas colgados sirvieron de inspiración a románticos ingleses como Lord Byron.

Mientras el sistema va mostrando cada vez más hasta dónde llega su podredumbre, mientras se sigan protegiendo e incluso premiando a los verdaderas culpables de la crisis a la vez que se golpea y encarcela a las víctimas, que son los que se quedan sin la esperanza de un futuro digno, mientras esto siga así, habrá razones para la protesta airada. Apuesto a que los luditas se pondrán de moda, y el también el verso de Lord Byron

"Down with all the kings but King Ludd".